miércoles, 18 de agosto de 2010

De la miseria que es tratar de recordar

Recordar es el oficio de los miserables, los necesitados, los que añoramos. Me pongo a recordarte y los ojos se me anegan de una sensación como de llanto, los labios rebozan una humedad como de beso y el alma se arrebata en una soledad muy parecida al silencio...

jueves, 12 de agosto de 2010

Algo de lo del amor

porque nunca me buscaste, donde yo no hubiera estado, ni me hubiera enamorado. Por eso no estás conmigo, por eso, ¡no estoy contigo!

Liliana Felipe - Maldita Circunstancia

El mar de la Habana


- Aquí el mar no está tan salado.

- Lo que tu no sabe´ e´ que aca le echamo´azucal al agua chico!


Después me besó y no se si por el sol o por el beso cerré los ojos, al momento de no mirar un saborcito se tatuó en mi lengua algo entre dulcetriste y salcontenta. Algo que no se me quita por más agua que beba. Algo, quién sabe que sea.

jueves, 22 de julio de 2010

aquello que me faltaba...

He hablado antes, de las preguntas incomodas, de las respuestas ausentes, de las verdades mordaces... ¿Sabes? anoche, como por casualidad o por instinto se me ocurrió la respuesta a la pregunta aquella irrespondible:
Mi madre no ha muerto y si quiere puede hacerlo porque tengo la conciencia tranquila y le he dado todo mi amor.
Mi mejor amigo sigue llamandome cada mañana y cada noche, seguimos cenando, bailando y sonriendo aunque no seamos perfectos, la verdad es que ni siquiera se nos antoja serlo.
El trabajo, bueno, no me falta que comer, tengo lo que necesito.
¿Qué me falta?...
Después de tanto tiempo se me ocurrió que decirte...
Me faltaba simplemente CONOCERTE. Tus ojos antes bellos, llenos de ira, tus manos amenazantes sobre mi cuerpo que te gritaba amores. Tu imagen de ángel blanquesino convirtiéndose en una alimaña horrenda y grisacea frente a mis ojos que se cerraban susurrando tanto amor.
Eso me faltaba, era lo único.

martes, 4 de mayo de 2010

¿Qué me falta?

Hay preguntas que son incomodas, como un polvito de chile con limón, como una noche de octubre sin luna, parecidas a los pelos del gato pegandose a tu ropa negra...
Preguntas feas, carentes de respuesta inmediata, adolescentes de respuesta coherente, irrespondibles.
- No sé
Qué respuesta tan irresponsable y tan horrible.
Hay veces en la vida en las que amar no es suficiente, ¿cómo recupera uno la fe?
"Tengo muchas ganas de que con la técnica de los pájaros me beses todo..."
No tengo nada de ganas de que después me preguntes ¿qué me falta?
Gracias a Dios, parece que nada.
¿Me amas?
Los dos sabemos al leer nuestros ojos la respuesta suave y silencia.
Hay preguntas en la vida que dan coraje
No es lo que me falta, entiende, quizás es lo que me sobra.
- No sé.

jueves, 10 de diciembre de 2009

De ayer y del centro...

Ayer volví a las calles del centro bonito de mi ciudad pequeña. Me había olvidado de lo mucho que me gustan esas calles con su gente mucha, con sus lozas negras, nuevas. Y su silencioso estruendo monótono que se parece tanto a una manada de mosquitos inquietos. A veces la vida te marca los caminos que debes andar y los andas sin detenerte a pensar si te gustan esos caminos o los andas por cuestiones de destino. Otras tantas te olvidas de los caminos que tanto te han gustado y te vas alejando. Qué cosas tan injustas y ciertas, tan ciertamente injustas. Inevitables simplemente diría mi abuela.
Sí, regresé por mera casualidad a la cálida superficie del asfalto del centro, me acordé de mis caminos olvidados. Esos que andaba por tu culpa. La culpa es una necesidad de las almas irresponsables e irrespetuosas que no son capaces de fajarse los pantalones y asumir sus consecuencias. Si yo andaba por el centro antes no era por tu culpa ni porque sea un romántico incorregible. Un romántico a la manera vulgar. Ya sabes, rosas muchas y de colores pastel, la noche y la luna, que no falte la luna deslavada de tanto nombrarla, los cafés con terraza y las canciones dulzonas y magentas. Si los profesores de la facultad me oyeran tildarme de romántico por tales cursilerías se reirían de mí y me echarían de la carrera. Creo que no es para tanto.
Regresé y ahí estaban los puestos de revistas, el algodonero de azúcar y las palomitas de queso con su color anaranjado de cinco pesos de antes. El olor a gente moviéndose rápido, las tiendas mudas de gritar ofertas y los árboles silentes que crecen tímidamente porque no le pueden ganar con su ritmo de crecimiento a la ciudad que cada vez engorda más. Me sorprendió ver que ahí sigue el señor Eugenio, ese que enseña su pierna gangrenándose como una pintura impresionista que pareciera un atardecer de junio con todos esos rojos, morados y amarillos. Igual estaba la ancianita del medio bote de leche. La misma que con las seis monedas que ha ganado crea el fondo musical de aquella pieza que tanto te gustaba ¿cómo se llama? … ah sí “De colores.”
Y ahí también estaba la catedral, como un elefante dormido que se cansó de ser una atracción de circo. Como un silencio de cien años que me grita a los ojos el día que nos perdimos. Quizás por eso abandoné mis caminatas por el centro de mi ciudad. Porque esta ciudad es mía, mía, tuya y de cualquiera que la quiera como suya. No de esos políticos que salen en los periódicos presumiéndose dueños de ella y que ni siquiera vienen a caminar por sus calles porque están muy ocupados comprando propiedades en Timbuctú. Sí, esta ciudad es mía, era de los dos, a lo mejor ya no te acuerdas.
Te digo que la vida es caprichosa. Primero me dio un coche y me fui a los anillos de la ciudad, si uno agarra todo segundo anillo puede recorrer la ciudad de oriente a norte en quince minutos. Bueno, eso era antes de que a esos que se sienten dueños de esta ciudad se les ocurriera convertirla en una verdadera montaña rusa y un caos vial los dos años que se tarden en terminar de construir la pantalla de su última ratería. Volviendo a los caprichos de la vida. Luego me dejó sin coche y ahora un amigo me ha dejado cerca de estas calles que antes recorríamos juntos o que yo caminaba para llegar a verte: al Café del codo, a la Plaza de armas cuando yo como un niño me aferraba a comprar una pieza de pan para darle de comer a las palomas grises, al Parián cuando tenías hambre y comprabas una rebanada de pizza y la bañabas en chimichurri y salsa de tomate. O a la parada del camión donde te veía alejarte con aquella playerita polo con rayas amarillas y azules.
Por destino he dicho ya. Ayer regresé hasta esa misma parada y de pronto me miré ahí parado como entonces y algún espíritu abrió la tapa de mi cerebro oxidado. Me encontré con la puerta de tu casa pintada de verde pistache, con los años del colegio y con un chango de peluche que colgaba graciosamente anaranjado de tu ventana. De tus manos juveniles que morenas caminaban por mi espalda, por mi pecho y por mis caminos enteros. Cerré los ojos y me descubrí volviendo al centro, volviendo a recordarte.