martes, 30 de diciembre de 2008

Silencios



Silencio falso.

No sé si es el humo insolente, la música estridente que parece un eco de percusiones huecas, los medios cuerpos totalmente desnudos (medios de la cintura a arriba) o el exceso de alcohol que siento corriendo entre mi sangre a través del extenso número de venas que tengo. No sé, y sin embargo no puedo evitar esta sensación extraña, no pertenezco a sitios como este pero no me retiro, sigo intentando averiguar ¿qué es esto? En mis adentros se van dibujando fragmentos del pas de deux
[*] que contrastan y friccionan con la oquedad del ruido particular de este ambiente.
Hablé de medios cuerpos porque eso parecemos: mitades sin camisas que buscan mitades sin pantalones para poder formar un cuerpo completo. Entre la multitud medio vestida, me ubico, siento mis pies que parecieran estar dormidos, el hormigueo es una sensación particular que se produce por exceso de movimiento o por ausencia de este. Es curioso como uno puede decir que se le ha dormido un pie o una mano como si estos no fueran miembros del mismo cuerpo, ¿será porque los sentimos lejanos? Me siento tan vulgar ocupándome de estos pensamientos sin sentido, pero es que no se qué es, mis pies adormilados siguen manteniéndome erguido, danzando. Las danzas en un principio, hablo del inicio del tiempo, eran algo sublime y significativo. La gente danzaba para invocar dones a los dioses caprichosos o para cortejarse. Ahora simplemente somos una masa de humanidad pueril moviéndose al ritmo de un ruido impersonal que pareciera sacarnos a todos de la tierra y elevarnos a un lugarcillo corriente, a una nube de humo de cigarro, de vómito y alucinaciones colectivas que no logran unificarse por el exceso de excesos.
En mi estómago hay bailarinas con trajes color crudo, siguen moviéndose al ritmo del vals que traigo en la cabeza, son como dos muñequitas de porcelana que luchan contra el escenario móvil que es mi cuerpo. Y cierro los ojos.
Debe ser el humo, la insolencia de su esencia entra por mis poros haciendo que mi piel se estremezca y se reseque lentamente, entra en mí inundándome temerariamente con su olor penetrante y hace que las notas musicales que están produciendo mis recuerdos se confundan. La esencia del humo es grosera porque le permite entrar en rincones tan inhóspitos y tan profundos como los poros de esta piel desesperada. Seguramente si es el humo lo que me hace sentir esto. ¿Qué es esto? Una vieja pieza musical salpicada de clasicismo que se revuelve con el peso leve del humo que me esta asfixiando. No, definitivamente debe ser la música, si es que a ese sonidito se le puede llamar música, es el ruido que me hace doler los oídos cansados. Me acuerdo del masoquismo natural del hombre, aunque sus tímpanos estén rayando el umbral del dolor todos esos cuerpos mediocres siguen aquí e ignoran el dolor de sus sentidos inundándolo con alcohol. ¿Entonces es el alcohol? Si, ya dije que lo he percibido mezclándose con mi sangre en el infinito número de ríos azules que hay debajo de esta piel reseca, pero el alcohol no es más que un detonante, un deshinibidor, una bomba de tiempo para los sentimientos escondidos en las faldas de las bailarinas que siguen danzando parsimoniosamente en mis adentros. ¿Qué es esto naturaleza mía? No es el humo descarado que se entromete en mis recuerdos confundidamente densos, ni el eco ceremoniosamente hueco de la música. La embriaguez necesariamente visual, sensorial y auditiva, tampoco.
Hay algo que me saca de mi, que hace que mi mente descienda de la nube apestosa en la que todos brincan como queriendo bailar para decirse algo entre ellos, algo que provoca la sensación de las bailarinas aquellas de rostro de porcelana que siguen bailando a lo largo de todo el interior de mis huesos. Estaba pensando qué es. Queda claro que no es ninguna de las cosas que me rodean.
De repente noto un elemento que no había tomado en cuenta: la luz. Debe ser la luz que toma colores distintos, formas de caminos infinitos y delgados, la luz que retumba en todos los rostros pintándolos de verde, ámbar o violeta. Debe ser, pero no tampoco son los colores de la luz lo que me pone así. Me sentaré. Mis pies dormidos me hacen cerrar los ojos, de nuevo. Luz, música, alcoholito travieso, cuerpos, colores y humo en una ruleta. Las pequeñas bailarinas imaginarias están mareadas, parece que Tchaicovsky se ha emborrachado como yo.
Silencio sutil.

Cuando todo parece borrarse en una masa informal aparece la razón de esto. Con los ojos cerrados aún, veo levantarse a las bailarinas para huir del escenario llenas de vergüenza. En cuanto sus pies delicados dejaron la escena aparecieron las ideas que durante mucho tiempo me hice de tu cara, de tu voz y de tus manos. Ideas dije. Aún hoy sólo eres una fotografía inútil guardada en el interior de una novela inglesa que estaba leyendo cuando te conocí.

La idea de tu cara: trazos delicadamente masculinos que cortan el espacio vacío en que se encuentra.

La idea de tu voz: suave murmullo grave que cada noche se llevaba de paseo a mi soledad tan acostumbrada a mí. La más bella

La idea de tus manos: tocando un cello inmóvil que descansa en la idea de tus piernas fuertes. Caricias que tal vez harían una armonía inaudita al tocar mi piel.

Silencio total.

Afuera de mis parpados cerrados los medios cuerpos verdes, ámbar y violáceos siguen desnudos brincando como si supieran bailar, están buscando sus mitades desesperadas e incompletas que ignoran que no son mitades sino entidades plenas. El alcohol sigue haciendo veredas en todo el ambiente vaporoso. El humo entra aún por la pequeña abertura de mis pestañas superiores e inferiores que se encuentran casi selladas y me arranca una lágrima seca de sentimiento.
Ya sé. No es el humo, no es el ruido ni el dolor que produce, no es el alcohol, ni la luz que tiñe la resequedad de mi piel de un tono azul como de vidrio.

Es simplemente la idea de tu recuerdo ficticio que no quiere dormirse, como mis pies.

[*] Pieza de la obra “El Cascanueces” de Tchaicovsky