viernes, 9 de octubre de 2009

El cansancio de las cosas.

Mi almohada está cansada, casi le oigo quejarse de las veces, de la sal y la saliva.
Las cosas no se quejan porque no pueden, o porque si pudieran nadie las escucharía, son cosas nada más.
Yo también me quejaría de mis veces.

De las veces que ando por ahí arrastrándome por la cama y por el suelo, por el suelo y por la vida, con el silencio quedito de mis recuerdos despojados de alas, arrojados al vacío del presente azul. Silenciados sin remedio, sin tregua. Silenciados a fuerza de omisión. Silenciosos rebeldes.

De otras tantas en que el silencio va dejando de callarse y toma forma de lluvia y llora a través de mi cuerpo, de mi casa, de mi alma y de mis cosas. Llora sobre todo, haciendo inundaciones que cuando se secan saben a pura sal y emblanquecen todo. Cuando los llantos se van secando además de todo, endurecen las cosas.

Y de aquellas en las que de mucho revolcarme en el silencio y el llanto por la superficie blanca de mi casa salada, los ojos se cansan de ser callados, de ser lluviosos y se cierran, dejando entrar al sueño con sus humedades voluntariosas. Cuando me quedo dormido y me pongo a babear como condenado sobre la almohada, el sillón o la mesa.

Definitivamente yo también me quejaría, como mi almohada, mis sillas y mi baño.

Yo recogería todas mis plumas y toda mi tela y me convertirtiría en cisne,
me agarraría volando, volando hasta encontrarte, para escurrirme en tu cabeza.
Irte mojando de un silencio lluvioso de recuerdos apestosos a saliva nocturna.
Para que sepas que la puerta, la ventana, la cama, y las almohadas están cansadas,
cansadas como yo de tu recuerdo rebelde.

Si yo fuera mi almohada también me quejaría...

Pero como soy un simple hombre solo, me quedo aquí a abrazarme de mi almohada, a silenciar los recuerdos que me ganan haciéndose lluvia y a cansarme y a dormirme, queriendo hacerme cisne. Haciéndome nada.