viernes, 27 de febrero de 2009

Pastel de lodo


"Todo el que sabe adivina que tras el silencio del un ángel siempre hay una historia, o muchas."
- Ángeles Mastretta
En este vecindario, además de muchos ángeles, últimamente hay alguien que toca el cello, lo sé porque todas las noches le escucho, desde que empieza, casi a las diez, hasta lo que se conoce como media noche. Mientras pasan los ángeles, yo me quedo desnudo, tirado en mi colchón individual, repleto de resortes desajustados y fantasmas que hieden a añejos y se esconden en su interior, me quedo ahí, haciendo silencios grandes y pensamientos que parecen moretones.
Me gusta oírle, imaginar que es hombre, mirar en mi mente sus manos sobre el cello: la izquierda moviendo los dedos, la otra construyendo sonidos; sus piernas fuertes sosteniendo el peso del instrumento, y su entrepierna tranquila. Creo que aprieta los labios y a veces se los muerde con mucho sentimiento. Imagino su frente llena de pequeñas burbujas de sudor que van humedeciendo de a poco su cabello oscuro y rizado. Al mismo tiempo me frustro porque yo siempre he deseado aprender a tocar el violín, no me acuerdo por qué no he empezado con las clases, o no quiero acordarme. Sé que le gusta mucho el danzón número 2, lo toca varias veces, varios días. Esa canción es una cosa larga, larga, que cuando parece que ya se va a acabar, empieza otra vez pero con más pasión, a mi me fascina porque me dan ganas de bailar, porque es un danzón y porque me acuerdo de María Rojo moviéndose con aquella cadencia sobre aquellos tacones, rojos. Otras veces, hasta creo que él me conoce y sabe cosas que nadie, ni los fantasmas que duermen conmigo, saben de mi, otras tantas lo imagino como Florentino Ariza, interpretando serenatas de violín bajo el balcón, pero mi casa ni balcón tiene, frente a mi casa no hay un parque con almendros y yo no me llamo Fermina, sino Fermín, además ya dije que él toca el cello, no el violín.

Escucharle siempre me arranca recuerdos, también he llegado a pensar que sabe o se imagina que no me gusta recordar y a propósito se pone a hacer música porque los músicos saben que la música, es el mejor conductor de recuerdos, sentimientos y otras cosas de ese estilo.

Anoche me acordé de cuando tuve cinco o seis años, de una tarde que no sé por qué no me quite el uniforme del colegio y me puse a jugar en el patio trasero de la casa. Era junio, sí, junio con n, no julio, porque julio es el mes en que nací, así que... definitivamente era junio.

Había llovido a cantaros en aquellos días y el patio era un paraíso de lodo. Si yo hubiese sido un niño como los demás, habría corrido a sacar mis carritos para jugar con ellos haciéndo avenidas, subidas y bajadas, que sé yo. Sin embargo yo corrí, sí, pero a la cocina por algunos trastes: moldes de gelatinas, de esos que tienen gajos, platos hondos, palitas de madera y otras cosas parecidas. Poco a poco convertí aquel lodazal en un tallersito de repostería. Hice muchos pasteles, no recuerdo cuantos, unos los adorné con granos de trigo, a otros los rellene de piedritas blancas, y otros, los mejores, los forré con pétalos de geranios. Como dije había llovido mucho y todas las plantas de mamá estaban floreciendo. Los geranios me gustaban mucho por que son flores compuestas de muchas florecitas, como el alma. Todavía me gustan.

Fue una de las mejores tardes de mi vida, me divertí como nunca antes y como nunca después, pero como luego dicen, los momentos felices no son perfectos. Cuando mamá notó mi ausencia se puso a buscarme por toda la casa, me encontró pronto. Abrió la portezuela verde de mosquitero que daba al patio y me llamó, yo me entuciasmé mucho, muchísmo, quería que viera mis obras de arte. Me levanté del suelo, me sacudí el lodo seco de las manos y tomé un pastel, el más bonito, luego me acerqué a ella diciéndole: "que va a llevar señora, ¿le puedo ofrecer un pastel?" El encanto de la tarde terminó ahí. Vi en mi madre la mirada más triste y más colérica que he visto en una madre. Y mi sonrisa de rebanada enorme de sandía se desmoronó lentamente. Ella se quedó callada por un momento y luego se me vino encima con gritos y tres nalgadas. A ella nunca le han gustado los pasteles de lodo y ni sus geranios, ni mi uniforme, mucho menos sus trastes, tenían la culpa de mis mariconadas.

Hay algo en mis recuerdos que no me gusta, por eso odio el verbo recordar, a quien sea que lo haya inventado, y a ese alguien que todas las noches toca el cello muy cerca de la ventana de mi recamara blanca, desordenada y fría. Además odio a Arturo Márquez y a Gabriel García Márquez, al uno por alcahuete y a otro por argüendero.

Igual anoche, quise levantarme de este colchonsillo, ir al patio que aunque no es el mismo de cuando tenía cinco años, sigue teniendo lodo y geranios. Quería hacer un pastel como el que le había ofrecido a mi madre (forrado de pétalos color rosa mexicano y relleno de piedritas), ponerme el pijama de cuadritos grises y salir por mi ventana, seguir el ruido ese que hacen sus dedos moviéndose sobre las cuerdas, y encontrar la puerta de su casa musical, presionar el timbre o coger una moneda de diez centavos para tocar directamente al barandal imitando la tonada de "estrellita". Oir sus pasos acercándose a la entrada, para abrirme, verlo por primera vez con sus rizos oscuros callendole subre la frente, empapados de sudor, sentir su olor peculiar de músico, mirarlo a los ojos tal vez negros, decirle mi nombre, sonreirle y ofrecerle una rebanada de pastel, el pastel entero si prefiería.

Enseguida abandoné la idea, me pasó un ángel revoloteando por los oidos y pensé que me estaba volviendo loco, pensé también que seguramente a los cellistas tampoco les gustan los pasteles de lodo y me quedé ahí acurrucandome con el hedor de los fantasmas del colchón. Desnudo todavía, me puse a dormir.

jueves, 26 de febrero de 2009

Un día

Un día quise pedirle a mi madre que me arrancara el corazón y lo cocinara como sopa de tomate.
No teníamos nada para llevarnos a la boca.
Habría solucionado dos cosas:
el hambre de mis hermanos
y esta sed de sentirme amado,
aunque sea,
un poco querido
.

Juro que soy bueno, que fuí.

Soy bueno, quiero jurarte
sinembargo me han entrado ganas de matar
despiadada-
despreocupada-
injusta-
inusitada-
malvada-
mojada -
-mente, -mente, -mente, -mente, -mente, -mente.
matar como sea, pero matarte:

Tomar una hoja del frio de nuestro diciembre,
abrirte la frente enfrentándome con tu sangre
para sin piedad robarte el pensamiento que ahora,
que desde hace tres años no piensa en mi frente
erocionada de besos bebés.

Robarle un ala a mi ángel traidor
que se fue tras tuyo para cuidarte, abandonándome.
Arrancársela sin preocupación
y de la misma manera tomar tus oscuros ojos de sus cuencas
con el filo delgado de esa pluma angelical.
Regalarte ceguera y quedarme con esa mirada que fue tan mía
para que jamás sea de otro u otros.

Apoderarme de un cuerno del menguante de un enero que no olvidamos,
y, sin justicia ninguna desprender tus dos labios con una punta de luna.
hacerte un hueco, para que no beses más frentes inocentes, ajenas y lejanas.

Sacarle filo a todas las uñas de todas mis manos,
y usarlas como nadie, para hacer sonar como violín desafinado
la piel de tu pecho,
tomando tu corazón, el unico corazón que a desuso he amado.
olerlo, sentirlo palpitando, lamerlo, morderlo un poco...

Seguir con las uñas, abriendo un canal en tu cuerpo
viendo como se escurren tus entrañas...
y, con maldad arrancarte todos tus brazos,
ponerlos bajo mi almohada para las noches tan recurrentes
de fantasmas inquietos y soledades malcriadas.

Adquirir la entereza de mi padre
para recoger mi botín:
tu pensamiento
tus ojos
tus labios
tu corazón
tus brazos
y luego aventarte a un río, mojando tu muerte.

Regresar a casa con el frío y tu mente seca de mi y de los otros,
con la pluma y tus ojitos cerrados,
con el cuerno del menguante y tus labios deshidratándose;
con mis uñas filosas y tu corazón apagado y mordido y tus brazos
enclenques que me servirán de prisión y asilo.

Con la entereza completa de aquel mounstro para jurarte que
a pesar
a pesar
a pesar de todo, soy bueno, lo juro,
fuí bueno,
antes de amarte.

lunes, 23 de febrero de 2009

Recuerdo de un momento de amor...

La circularidad de la vida combinada con la tristeza habitual de mis inviernos mensuales, destilan en el alma recuerditos ácidos, lentamente pesados, fuertes, malolientes y escalofriantemente anaranjados, causando en el cuerpo sensaciones de agujas entrando y quebrándose al tiempo dentro de la excesivamente sensible piel...

Primero me tocabas la espalda: desde el final del cuello hasta el principo de las piernas, midiendo con tus largos dedos la suavidad de los delgados vellos que recién crecìan en mi párbula piel; deslizabas tu curiosidad hiperquinética electrizándome el cuerpo entero. Un beso en el labio inferior, un apretón en el pecho, o la lengua en uno u otro oído... tú sabías no sé por qué, que mi espalda es la llave de mi cuerpo.

A veces a lo largo de todo este tiempo sin mi fente sintiendo tu último beso de todos los días, me he preguntado si alguna vez supiste cual era la combinación de seguridad que nadie le puso a mi corazón o simplemente entraste en él sin saberlo y lo llenaste con aquel aroma tan tuyo, con ese aliento de canela hervida cien veces, cubriéndolo por dentro con todo el sudor de tu piel agitada, como si hubieses tomado un pincel para barnizarlo. Así se quedó y desde entonces me pregunto si lo hiciste de manera consiente, si entraste por tu voluntad o mi locura te atrapó. Las preguntas que uno se hace a sí mismo sobre otra persona casi nunca tienen respuestas concretas, ni siquiera respuestas tienen.

La habitación comenzaba a oler muy mal, tengo que decirlo. ¿Ningún poeta se ha percatado que a veces el amor huele a mierda? Tu rostro desencajado se derretía a veces sobre mis hombros, otras sobre mi pecho, resvalándose sobre mis pezones endurecidos y bermejos. Tu respiración fuertemente entrecortada chocaba con las pardes, con el espejito largo que se exitaba viéndote encima, mío, con el foco empañado, con las sábanas celosas, con la ventana cerrada. Yo me estremecía mordiéndome los labios y a veces la lengua, mordiéndote los dedos y a veces, cuando te descuidabas, la boca entera.
De tus ojos no me acuerdo porque yo necesarimente cerraba los míos. El amor no es amor si uno no cierra los ojos. Tu nariz se deformaba encontándose con cada parte de piel que ibas besando y mi nariz, insisto, la mia se incomodaba con el olor que le dabamos a esos momentos. Detestaba un poco que te movieras tanto, tan rápidamente, que entraras tanto, tan profundamente, que yo sudara tanto, tan copiosamente que había un momento fugaz en que tus líquidos y los mios formaban un gran charco que se caía de la cama al suelo y del suelo a la luna voyerista que miraba por la ventana empañada...

Me recuerdo tan enamorado que escondía las lagrimitas rojas que a veces me arrancabas, te recuerdo tan fuerte, tan potente, tan empoderadamente amado que incluso sonreías, tomabas aire, volvias a sonreir, gemías.

Yo hacía mucho ruido, los espasmos me hacían mover toda la atmosfera al ritmo de mi cadera sometida, me tapabas la boca suavemente con toda tu mano izquierda, también a veces me lamías los labios y yo me callaba, respiraba, me callaba, me abandonaba con quejas pequeñas, frunciendo el seño, apretando las mandibulas, deteniéndome el corazón con tu pecho para que no se me saliera de tajo.

El mal olor era normal. Tú entrabas en mi por donde naturalmente nada debía entrar, creo que por eso te quedaste ahí como una calcomanía postal.

Al final, cuando estabas a punto de salir, hecho agua, volvías a recorrer mi espalda con unos dedos forrados de plumas finitas, apoyabas tu frente contra la mía, me ahogabas con aquel característico aliento confundido con mis sabores y en el momento justo de tu partida, te aferrabas a mi con tus brazos hinchados como si quisieras que no me sintiera tan incompleto como antes de ti y de tu cuerpo. Con compasión. Yo suspiraba y me quedaba ahí palpitándo, nomás cerrándome, amandote como aman los gatos.

Dije que es la tristeza combinada con la vida, no sé si sea eso o el tiempo que no actúa en mi como en los demás, o como en ti. La cosa es que de pronto, en medio de un viento heladito y feroz, sentí de nuevo tus manos girando la llave de mi cuerpo, inevitablemente recordé aquel olor horrible que era lo de menos cuando pensaba que me amabas, me dieron ganas de llorar, pensé sonriendo que fue muy tarde cuando por casualidad descubrí la existencia de los enemas, y me senté a cerrar los ojos de pura tristeza.

viernes, 6 de febrero de 2009

Pensar en ti


Pensar en alguien no es pensar. Cuando pienso en ti…

Recuerdo:

Un olorcillo dulce, como de alfajor (blanco con rosa, blando)
A lo mejor se me juzgará de inoportuno, por olerte,
no es que ande yo oliendo a la gente o a las cosas.
Es que a menudo los olores se pegan a mis ropas,
y por efectos estelares se convierten en recuerdos.
Los más afortunados llegan a tener historia.

Evoco:

Los ojos que a pesar de no ser tan grandes,
frente a los míos, crecen inmensos, como dos cielos de noviembre.
(las noches del onceavo mes tienen un color como de petróleo, con sólo una estrella o dos al centro de su cielo)

La mano derecha que de cuando en cuando revuelve tu cabello,
de vez en vez ajusta tus anteojos,
de vez en cuando se junta con la mano izquierda, mientras me hablas, como para orar.
Esa mano que de cuando en nunca toca ninguna de mis manos.

Las evocaciones son sueños pequeños, recién nacidos.

Imagino:

Dos rebanadas delgadas de mamey que se mueven mucho para hablar de la gracia de Dios, de la oportunidad que representa un día para cualquier vida y de milagros históricos.
Tus labios. Tan cerca del evangelio y tan lejos de los míos.

Un rostro completo con una cicatriz en la frente que lejos de parecer un defecto figura el rasgo que el escultor necesitaba para capturar la belleza entera.
Tu carita transparente tan igual a la juventud de los ángeles.

Un sonido y un movimiento semejantes a la felicidad.
Tu sonrisa que frena el ritmo de las horas, arrancándome más de un suspiro involuntario, cuando asalta tus labios.

Deseo:

No olvidar nunca el aroma de tu aliento (blando, rosa y blanco)

Poder llegar a mirarme en el reflejo de dos cielos de noviembre y quizás, descubrirme enamorado.

Atreverme a mover mi mano derecha para tocar de vez en cuando cualquiera de tus manos y darme cuenta que aún no pierdo mi capacidad de asombro.

Saber a que sabe el mamey, para morirme un momento.

Sentir con los ojos cerrados la cicatriz que encierra el misterio de la belleza, para así, creer más en tu Dios o en el mío. Para creer.

Y, detenerme como se detiene el tiempo cada vez que el mundo escucha ese sonido y siente ese movimiento tan parecidos a la felicidad,

Así que pensar en ti, efectivamente, está mal dicho.

Te recuerdo, te evoco, te imagino y te deseo,
pero por comodidad o miedo,
diré que sólo te pienso.