lunes, 23 de febrero de 2009

Recuerdo de un momento de amor...

La circularidad de la vida combinada con la tristeza habitual de mis inviernos mensuales, destilan en el alma recuerditos ácidos, lentamente pesados, fuertes, malolientes y escalofriantemente anaranjados, causando en el cuerpo sensaciones de agujas entrando y quebrándose al tiempo dentro de la excesivamente sensible piel...

Primero me tocabas la espalda: desde el final del cuello hasta el principo de las piernas, midiendo con tus largos dedos la suavidad de los delgados vellos que recién crecìan en mi párbula piel; deslizabas tu curiosidad hiperquinética electrizándome el cuerpo entero. Un beso en el labio inferior, un apretón en el pecho, o la lengua en uno u otro oído... tú sabías no sé por qué, que mi espalda es la llave de mi cuerpo.

A veces a lo largo de todo este tiempo sin mi fente sintiendo tu último beso de todos los días, me he preguntado si alguna vez supiste cual era la combinación de seguridad que nadie le puso a mi corazón o simplemente entraste en él sin saberlo y lo llenaste con aquel aroma tan tuyo, con ese aliento de canela hervida cien veces, cubriéndolo por dentro con todo el sudor de tu piel agitada, como si hubieses tomado un pincel para barnizarlo. Así se quedó y desde entonces me pregunto si lo hiciste de manera consiente, si entraste por tu voluntad o mi locura te atrapó. Las preguntas que uno se hace a sí mismo sobre otra persona casi nunca tienen respuestas concretas, ni siquiera respuestas tienen.

La habitación comenzaba a oler muy mal, tengo que decirlo. ¿Ningún poeta se ha percatado que a veces el amor huele a mierda? Tu rostro desencajado se derretía a veces sobre mis hombros, otras sobre mi pecho, resvalándose sobre mis pezones endurecidos y bermejos. Tu respiración fuertemente entrecortada chocaba con las pardes, con el espejito largo que se exitaba viéndote encima, mío, con el foco empañado, con las sábanas celosas, con la ventana cerrada. Yo me estremecía mordiéndome los labios y a veces la lengua, mordiéndote los dedos y a veces, cuando te descuidabas, la boca entera.
De tus ojos no me acuerdo porque yo necesarimente cerraba los míos. El amor no es amor si uno no cierra los ojos. Tu nariz se deformaba encontándose con cada parte de piel que ibas besando y mi nariz, insisto, la mia se incomodaba con el olor que le dabamos a esos momentos. Detestaba un poco que te movieras tanto, tan rápidamente, que entraras tanto, tan profundamente, que yo sudara tanto, tan copiosamente que había un momento fugaz en que tus líquidos y los mios formaban un gran charco que se caía de la cama al suelo y del suelo a la luna voyerista que miraba por la ventana empañada...

Me recuerdo tan enamorado que escondía las lagrimitas rojas que a veces me arrancabas, te recuerdo tan fuerte, tan potente, tan empoderadamente amado que incluso sonreías, tomabas aire, volvias a sonreir, gemías.

Yo hacía mucho ruido, los espasmos me hacían mover toda la atmosfera al ritmo de mi cadera sometida, me tapabas la boca suavemente con toda tu mano izquierda, también a veces me lamías los labios y yo me callaba, respiraba, me callaba, me abandonaba con quejas pequeñas, frunciendo el seño, apretando las mandibulas, deteniéndome el corazón con tu pecho para que no se me saliera de tajo.

El mal olor era normal. Tú entrabas en mi por donde naturalmente nada debía entrar, creo que por eso te quedaste ahí como una calcomanía postal.

Al final, cuando estabas a punto de salir, hecho agua, volvías a recorrer mi espalda con unos dedos forrados de plumas finitas, apoyabas tu frente contra la mía, me ahogabas con aquel característico aliento confundido con mis sabores y en el momento justo de tu partida, te aferrabas a mi con tus brazos hinchados como si quisieras que no me sintiera tan incompleto como antes de ti y de tu cuerpo. Con compasión. Yo suspiraba y me quedaba ahí palpitándo, nomás cerrándome, amandote como aman los gatos.

Dije que es la tristeza combinada con la vida, no sé si sea eso o el tiempo que no actúa en mi como en los demás, o como en ti. La cosa es que de pronto, en medio de un viento heladito y feroz, sentí de nuevo tus manos girando la llave de mi cuerpo, inevitablemente recordé aquel olor horrible que era lo de menos cuando pensaba que me amabas, me dieron ganas de llorar, pensé sonriendo que fue muy tarde cuando por casualidad descubrí la existencia de los enemas, y me senté a cerrar los ojos de pura tristeza.

1 comentario:

Setsuna_zazu dijo...

Hola, Mira que he leido tu historia inicial y me ha encantado!!!
Has capturado la esencia real y fantasiosa de una entrega amorosa y pasional.
Esa dependencia, el tremendo placer de cruzar esa finísima línea entre el dolor y el gozo, fundiendose emperceptiblemente sin poder aclarar que es lo que te gusta, el dolor... o el placer... o tal vez la fusión de ambas... maravilloso... y esa sensacion que queda grabada en tu piel, en la esencia misma... cuando la ausencia duele, y cuando en tus manos tienes la magia de recordarle, amándote nuevamente estando tan lejos y a la vez tan dentro...
Maravilloso sin duda.