domingo, 31 de mayo de 2009

Recuerdo - te

La naturaleza de los recuerdos es indescriptible. Llegan cuando quieren, a veces se instalan, otras permanecen dos segundos y luego se esfuman como humillos ligeros de un cigarro delgado e insípido.
Tu recuerdo es de los que echan raíces, unas muy gruesas y aferradas.
No sé bien donde se plantan los recuerdos en la mente, pero el tuyo ha estado en ese lugar por bastante tiempo. Sí, si tu recuerdo enraizó, seguramente es como un árbol. Como esos árboles seculares que han sobrevivido al crecimiento sorprendente que ha tenido el mundo.
Yo he construido edificios enteros de historias nuevas, sorprendes y fantásticas, algunas tanto que me hacen volar por un rato. He hecho calles de ilusiones, de metas resueltas y de situaciones inesperadas. He puesto a trabajar intensamente a mis fantasmas interiores para construir muros que impidan el libre paso de sentimientos tan coloridos y sinceros como los míos, diseñé canales que conducen emociones exactas en momentos adecuados y levanté una infraestructura digna de cualquier ciudad europea o asiática o americana, cualquier ciudad que sea enorme.
Uno puede crecer en los adentros como crecen los paisajes urbanos: Un rascacielos al sur, una presa al oeste en donde hay muchas lágrimas, un complejo turístico al centro, donde se guardan viejas e interesantes construcciones de historias míticas y bonitas. Un pulmón ecológico lleno de manzanos y margaritas.
Igual se pueden implantar sistemas de circulación para los pensamientos erróneos y disparatados, iluminar las zonas pobres del pasado a donde uno va tirando los errores después de que los ha cometido sin aprender de ellos. También ¿por qué no? Sembrar jardines en las zonas devastadas por las guerras de la depresión y convertirlos en parques enormes donde los momentos recién nacidos, como niños, puedan jugar y sonreír provocándonos esa sensación tan conocida de mariposas estomacales.
Se puede, lo digo porque lo he hecho. Si tuvieras un microscopio para almas, como el que soñé una vez que compraba en París. Podrías enfocar el lente hacia la parte izquierda de mi pecho y te enamorarías de la vista panorámica de la increíble ciudad moderna que es mi interior, la gente que sabe leer los mapas oculares lo dice. Definitivamente he hecho un buen trabajo con el diseño y levantamiento de mi mundo personal.
Pero como a los mejores urbanistas, tan contagiados con el asunto de la ecología, a mi, se me ha pasado el detalle aquel de los árboles ancianos. Definitivamente tu recuerdo debe ser uno de los tres o dos que rompen con la planeación perfecta de ese mundito. No es que me molesten los troncos gruesos ni los miles de pájaros pechoamarillo que duermen en sus copas, ni el viento que hace ruido al acariciar sus ramas. De hecho, estoy enamorado de esos árboles viejos que hay por toda la ciudad.
Entonces ¿Cuál es el problema? No sé si lo haya, es simplemente que anoche, al echar un vistazo utilizando el telescopio aquél y mirando hacia adentro de mí, me di cuenta de tu recuerdo que es enorme, parece un roble o un abeto de esos que crecen mucho. Sentí sus raíces alimentándose aún de mi gran presa de lágrimas y escuché a sus hojitas hacer el amor con el viento morado que recorre mis adentros y, entonces, me di cuenta que hace tiempo, cuando mandé podarte entero (no me acuses con las organizaciones ecológicas) aquellos fantasmas flojos decidieron dejarte seguir creciendo, y ahí estas. En el centro. En donde revolotean las historietas fabulosas de la niñez confundiéndose con los cantos de azulejos que divulgan mis sueñitos futuros.
No sé qué lugar del cerebro escogen los recuerdos para instalarse, ni para irse, pero sé que el tuyo. Para contento o descontento de arquitectos, ingenieros y sentimentales albañiles fantasmales, es como un árbol de trescientos cuarenta y dos años de edad, que sobrevivirá siempre, al incesante crecimiento acelerado de mi ciudad interna.