Mis pies se tornan inseguros sobre el fango movedizo de este tiempo incierto y voluble...
Tengo en un rincón de la casa mediocre en la que vivo, una pequeña cajita que hace mucho tiempo hacía música al destaparla, hace tiempo también fue plateada y tenía un espejo en la parte superior. La tengo porque en ella guardo cosas que creo que pueden salvar a mi alma de esta crisis. ¿Por qué es siempre el alma la que busca una posible salvación? El cuerpo se muere poco a poco siempre, a veces de trsiteza, de sed, o de lo que sea, pero inevitablemente perece. El alma en cambio, PUEDE salvarse...
Eso esperamos todos. Por eso conservo la cajita que ahora emite un ruidito molesto como de grillos otoñales, en vez de música y su color antes plateado, ya es cobre puro, pulido por la lija de los años. Su espejo está roto en ochocientos cuarenta espejos pequeños que reposan en su estòmago.
Una joven me dijo hace ocho o diez estaciones que todas las personas somos como cajas: se nos puede llenar de casi cualquier cosa. Creo que por eso la conservo.
Una joven me dijo hace ocho o diez estaciones que todas las personas somos como cajas: se nos puede llenar de casi cualquier cosa. Creo que por eso la conservo.
Mi madre, cuando ve que últimamente paso horas frente a ese objeto, se pregunta en su razonamiento de mujer premenopáusica, qué interés o qué porquerías puede guardar un muchachito como yo en una basura como esa. Quisiera responderle con mi voz de anciano juvenil. Pero me reservo mis palabras de viejo y aguardo ahí en mi rincón.
Hablaba del temblor de mis pies, imagino que no soy el único al que se le erizan toditos los poros al andar sobre este fango, sin embargo, no veo a nadie a mi al rededor para comprobar si también tiene miedo.
Fango, dije, movediza tierra aguada, soledad entera y mediocridad absoluta. Esa es la descripción del mundo que nos heredaron nuestros padres. De haberlo sabido, tal vez nunca se hubieran revolcado jurándose amor. Dándonos vida.
Pero el punto era el temor de mis pies y la desvencijada cajita.
Esta tarde escribiré a mi madre una carta, le diré, entre otras cosas, que deseo heredarle las cosas que guardaba en esa caja: la sonrisa infantil de las niñas morenas que se acercaban a la ventanilla de mi auto a pedir una moneda o un "te quiero" que nadie les daba, el dolor de la noche en que dejé de ser niño, el grito de agradecimiento que pegué al abrir los ojos a este mundito, su beso primero, el último del hombre que quise querer que me amara, y los restos de cariño que aún tenía en algun latido, de esos leves de mi corazón. Todo eso reflejado en los ochocientos curenta espejitos que esperaban impacibles en las entrañas de esa ex caja musical.
A lo mejor mi madre si PUEDE, con eso, salvar su alma de mujer pequeña de ojos enormes y gritones.
Yo, me retiraré lentamente. Después de firmar la carta, saldré a la calle, cerraré los ojos para no seguir viendo este cielo blancusco que se nos cae encima como aliento de fiera y les ordenaré a mis pies que abandonen la cobardía. Endureceré mi cuerpo como un tronco duro y marchito; dejaré que este fango me envuelva lentamente, que acaricie mi cuello quebradizo, que se meta por mis fosas nasales, rellenándome los huecos para luego desdibujarme definitivamente, para que mis tontos pies blandengues por fin dejen de ser tan temblorosos.
1 comentario:
Moy ya t dije q no sirvo pa la poesia pero esta esta perrona!! me transimitio algo.
Le petit noir!
Publicar un comentario